martes, 27 de diciembre de 2011

CONSUMO RESPONSABLE...Y MILITANTE

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En estos días, ante la inercia cultural de las compras y los regalos propios de la fiesta navideña, he vuelto a releer algunos pasajes del libro de Daniel Goleman, “Inteligencia ecológica”.


Dice Goleman que uno de los más graves inconvenientes de la economía de libre mercado es la ignorancia de los costes reales del consumo que no contabiliza, ni grava la destrucción de la naturaleza. El modelo empresarial al uso se basa en el principio de “coge, fabrica y derrocha”.

Tal como mantiene el Premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz, no se puede seguir colocando el interés de las empresas por encima de todo, máxime cuando ello provoca daños irremediables en el entorno global y en el bienestar público. La actual crisis no puede servir de excusa para mirar a otro lado y bajar la guardia al respecto.

Por ello, se debe seguir defendiendo los mecanismos de regulación y de incentivación de las buenas prácticas de los distintos gobiernos, gravando a las empresas con impuestos por los daños provocados por sus productos a lo largo de su ciclo vital.

Pero, si imperara en el mundo del comercio una auténtica transparencia ecológica, puede ser que el mismo mercado recompensara las buenas prácticas y los consumidores seleccionarían, en función de ello, lo que consumen. Esto se podría lograr si existiese una transparencia total del impacto de nuestras compras. Si pudiéramos distinguir claramente cuáles son las cosas que compramos que contribuyen a la salud, la sostenibilidad y la igualdad social de aquellas otras que no hacen más que empeorar las cosas.  Comprar se convertiría en un acto militante y en una oportunidad para ejercer la compasión y transformar el mundo.  En un mercado transparente, el hecho de comprar se convierte en un acto geopolítico.

Los cambios del consumidor y las regulaciones del gobierno son las dos cosas que pueden dirigir la realidad empresarial en la dirección adecuada. La transparencia radical puede hacer posible, algún día, que el mercado libre se vea obligado a funcionar en aras del interés público. En ese momento, el comercio asumirá un nuevo rol como herramienta para el bienestar colectivo.

Sin esperar a que dispongamos de las herramientas necesarias para hacer posible esa transparencia que nos permita conocer lo que hay realmente detrás de cada producto que consumimos, ceo que se pueden hacer algunas cosas para ir convirtiéndonos en consumidores militantes que empecemos a tomar consciencia del enorme poder que tenemos como tales y hagamos uso de él, siendo capaces de emprender iniciativas con un número de seguidores suficientes para empezar a cambiar las reglas del juego empresarial y las leyes que regulan la producción, el comercio y el consumo.

Los retos a afrontar son enormes. Sólo por apuntar un dato, se calcula que nada más que tres compañías agrícolas controlan juntas casi el 90% del comercio de cereales. El enorme peso de la publicidad es otro enorme obstáculo para que dispongamos de la información veraz y comprensible sobre los productos básicos que consumimos. Pero es posible empezar a convertirnos en militantes del consumo responsable.

Yo empezaría por empezar a priorizar el consumo de aquellos productos que se cultivan o fabrican en el entorno más inmediato, en mi caso, Canarias. No por principios ideológicos nacionalistas. Simplemente por sentido común y por coherencia con los principios de la sostenibilidad. Si pudiera afinar más, seleccionaría aquellos productos que se obtienen con un menor coste posible para la vida en el planeta (productos ecológicos) y con el mayor respeto posible a las condiciones de trabajo y los derechos de todas las personas implicadas en los procesos de producción (importancia del concepto de responsabilidad social corporativa). Así mismo, procuraría seleccionar productos provenientes de comunidades locales de países subdesarrollados comercializados en las mejores condiciones para garantizar el mayor retorno posible (tiendas de comercio justo).

También me centraría en invertir para mejorar la disponibilidad de objetos que me permita ser más austero en el consumo de energía y agua y tendría especial cuidado en la selección de los juguetes que se regalan en estas fechas, siguiendo las recomendaciones anteriores y la de los educadores y expertos en psicología infantil (ver recomendaciones de FACUA al respecto).

Ahora queda por ver si voy a llevar a la práctica lo anterior con los menguados recursos disponibles. En cualquier caso, considero que es una asignatura pendiente el introducir las prácticas del "consumo militante" en el sindicalismo de clase. Tomo nota...



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