Marcos Roitman Rosenmann
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ESPAÑA: EL FIN DEL MILAGRO, EL REGRESO AL SUBDESARROLLO
Marcos Roitman Rosenmann
Los años felices en los cuales España parecía
salir del subdesarrollo se esfuman. Fue un tiempo que se adjetivó,
cuando las cifras macroeconómicas eran un éxito, como
el milagro español. Pero al igual que sucedió con el
milagro brasileñode los años 70 del siglo XX, ambos carecían de legitimidad política.
Sirva este recordatorio para valorar, en su dimensión, el significado de los recortes, las reformas laborales y el aumento de la desigualdad en España. Si a mediados del siglo pasado sus élites se vanagloriaban de haber dejado atrás la España rural y caciquil de posguerra, lo hacían convencidas del carácter irreversible del proceso. La visión lúgubre de un país inconexo, autárquico y fuera del orden mundial fue sustituida por una España alegre, moderna y emprendedora. La modernización social hizo acto de presencia. Al férreo control político, la dictadura opuso un sentido social a sus reformas. Proteccionista del trabajador y limitante del poder de los empresarios. Su visión corporativa de la sociedad llevó a la dirigencia franquista a valorar como triunfo la paz obtenida a base de garrote y represión.
La población sentía que el franquismo era permisivo y que si no se metía en política, podría gozar de oportunidades, hasta los años 50, desconocidas. Las cartillas de racionamiento eran pasado. El pleno empleo se acariciaba y la clase obrera industrial accedía a vivienda social, crédito privado, educación... Se edificaba un sistema de salud pública que iba cubriendo poco a poco a la población. La etapa de la beneficencia, pobreza extrema y exclusión social eran reminiscencias y así fue interpretada por las autoridades. Se dejó en manos de la Iglesia y organizaciones de caridad residual. Por otro lado, las relaciones sociolaborales entraron en un periodo de poca conflictividad, aunque se mantuvo la represión en los enclaves tradicionales, como la minería. Sin embargo, hubo acuerdos de base. Los contratos daban seguridad al trabajador, impedían el despido arbitrario y libre y sujetaban al empresario a estrictas normas de negociación colectiva, vía los sindicatos verticales. Los sueldos subían en proporción al coste de vida. La gente parecía estar
contenta. La mejora en las condiciones de vida de las clases trabajadoras tuvo efectos inmediatos sobre el consumo, el crecimiento y la distribución de la renta. Las desigualdades disminuían, y muchos pudieron acceder a una vivienda de protección oficial. Sus hijos podían incorporarse a la universidad y la política diseñada de familias numerosas comenzaba a dar frutos. Con cuatro o cinco hijos, las demandas educativas aumentaron. La educación, a pesar de sus componentes ideológicos franquistas, sufrió la avalancha. Si en 1957 había 64 mil 281 estudiantes universitarios, en 1968 la cifra se disparó a 139 mil 266. Nuevas universidades, más becas, más profesores, mejores sueldos y sobre todo control político. Aun así, la vida parecía entrar en esa dinámica de progreso imparable. Así ocurría en cuanto a las migraciones campo-ciudad. De casi 30 millones de españoles, entre 1961 y 1969 cambiaron de residencia unos 3.5 millones de personas. De ellas un millón abandonó poblaciones de menos de 10 mil habitantes; casi 300 mil pasaron a engrosar ciudades de 10 mil a 100 mil habitantes, y cerca de 800 mil buscaron asentarse en ciudades de más de 100 mil habitantes.
La urbanización se consolida y la industrialización da
frutos. La población activa en el sector industrial crece 7.8 por ciento
entre 1964 y 1969. Los trabajadores especializados fueron las figuras
del proceso. La estructura social se diversificaba, posibilitando el
ascenso social. España se integra a las llamadas sociedades de clases
medias. La meritocracia, las reformas de acceso a la función pública, la
perspectiva institucional y menos política, hicieron que los gobiernos
se definieran como tecnocráticos. El franquismo ideológico tenía los
días contados. Lo sustituía una élite interesada en perpetuar un
proyecto que se desprendiera de sus raíces dictatoriales. La sociedad
española debía creer en la instauración de una monarquía parlamentaria,
apoyada en la democracia representativa, fuente del progreso. Las clases
medias se sintieron arropadas, compraron el discurso. España seguía la
senda del progreso.
Pero algo no calzó en los planes. El neoliberalismo se adueñó de las
élites dirigentes. Unos y otros se hicieron eco de las críticas al
Estado de bienestar y comenzaron a destruir lo poco que de forma
paternalista hizo el franquismo. En vez de hacer una crítica política a
la tiranía y separar el polvo de la paja, se procedió a tirar el agua
sucia con el niño dentro. El sector público se privatizó. Se impuso la
categoría de rentabilidad gerencial en sanidad, educación, construcción
social y servicios de atención primaria. El dinero ha sido la marca
universal de medida. Así han llegado los cambios. También en la
política. El marketing electoral sustituye el debate
ideológico, los programas y las alternativas. Se vende un producto. El
ciudadano se esfuma. Hay consumidores de objetos imposibles que
mantienen su fidelidad al producto. España hoy es una sociedad dual. El
subdesarrollo social, económico y también político es la consecuencia de
la fiebre liberalizadora. Los índices de pobreza, exclusión social,
marginación, desempleo, pérdida de derechos laborales, sindicales o
culturales están en todas las estadísticas. Y lo peor, siguen
aumentando.
El suicidio del dueño de un quiosco de periódicos en Granada,
agobiado por las deudas y desahuciado por el banco, es la punta del
iceberg. A diario, las entidades bancarias, Santander, BBVA, las cajas
privatizadas, desahucian a 535 familias. Padres con hijos en edad
escolar, bebés, o personas mayores a su cargo. Sin trabajo, se ven
abocados a vivir en la calle. Son al menos, 2 mil personas al día. Sin
embargo, existen más de 3 millones de pisos vacíos. Más de la mitad en
manos de entidades financieras. Pero eso no les preocupa ni a la élite
política ni a los bancos. Prefieren hacer la vista gorda y seguir la
senda del subdesarrollo. Hoy miles de jóvenes y familias emprenden, como
durante el franquismo, el éxodo. Alemania y América Latina se convierte
en su destino. El milagro español resultó ser una falacia.
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