FORO DE DEBATE ECONÓMICO
FUNDACIÓN 1º DE MAYO
Ponencia de ALBERTO GARZÓN
La cuestión clave estaría en cómo
puede una economía como la española encontrar su lugar en elsistema
capitalista mundial. Es decir, qué tipo de modelo productivo debe construir y
cómo lograrque dicho modelo sirva a los intereses de la sociedad y no necesariamente
de la rentabilidad. Y, sin duda, la salida del euro puede ser una herramienta
útil o incluso la única para lograrlo, al menos actualmente -a falta de una
correlación de fuerzas favorable en el seno de los países del centro de Europa.
La respuesta
al interrogante que abre esta nota tiene dos vertientes fundamentales. Una es
de carácter técnico y se correspondería con la posibilidad específicamente
económica de poder articular una relación de ingresos y gastos fiscales que no
conllevase la asunción de políticas de recortes en el gasto público. La segunda
es de carácter esencialmente político, puesto que la simple capacidad técnica
no tiene por qué derivar en su viabilidad política, esto es, no tienen por qué
darse las condiciones que aseguren la puesta en marcha de las alternativas
técnicas. No obstante, esta nota pretende centrarse casi de forma exclusiva en
la primera de las vertientes, si bien asumiendo que las posibilidades técnicas
no se dan en el vacío sino en un determinado marco institucional y en un
contexto histórico concreto.
De hecho, los
Presupuestos Generales del Estado que entran en vigor en 2013 se caracterizan
por estar insertos en un entramado institucional muy determinado –el que se ha
diseñado en la Unión Europea y que restringe los márgenes de política
económica-, y en un contexto de recesión económica que en el caso de España
tiene una singularidad propia, especialmente por el duro proceso de
desapalancamiento financiero para los agentes privados. Ambas cuestiones
determinan las limitaciones técnicas y han de ser el punto de referencia de las
posibles estrategias económicas.
Nuestra
hipótesis es que, precisamente a causa de esas limitaciones, dentro del
contexto institucional actual no hay alternativa a las políticas de austeridad
y recortes en el Gasto Público. Esto no quiere decir que no exista alternativa
técnica, cuestión obvia con sólo observar las distintas tácticas económicas en
países como EEUU o Japón, pero sí que el margen de maniobra es tan reducido que
aceptando el marco institucional vigente la cuestión de la alternativa quedaría
reducida a un cambio cuantitativo o de grado y no a un cambio cualitativo en la
estrategia económica. Dicho de otra forma, sin cuestionar las instituciones
dominantes la aspiración máxima que resta es gestionar de forma ligeramente
diferente las políticas de austeridad que se imponen desde otras instancias
distintas a los parlamentos nacionales.
Recesión económica y desapalancamiento financiero
Hay dos
aspectos que a nuestro juicio requieren un análisis profundo. El primero, cómo
es posible articular una relación de ingresos y gastos fiscales que puedan
posibilitar algún tipo de políticas de estímulo económico. Y el segundo, cómo
lograr que esas políticas de estímulo superen la barrera que impone la realidad
del desapalancamiento financiero que están manteniendo los sujetos privados.
No podemos
dejar de recordar que España entra en recesión como consecuencia del estallido
de su burbuja inmobiliaria y de la ruptura del modelo de crecimiento económico
que había permitido una creación de empleo extraordinaria en los últimos años.
Al romperse dicho modelo de crecimiento, caracterizado por tener cada año
mayores déficits comerciales y por la asunción de crecientes deudas contraídas
en la esfera privada, la economía española pierde los espacios de rentabilidad
que hasta ese momento incentivaban la inversión empresarial. O, dicho de una
forma más clásica, la economía española se queda entonces sin capacidad para
garantizar que el ciclo del capital pueda completarse. Lo que se deriva de todo
ello es un reguero de deudas privadas y una estructura productiva no
competitiva ni en sectores de alto valor añadido (por carencia de un peso
industrial suficiente) ni en sectores de bajo valor añadido (por unos costes
laborales relativamente altos y una moneda fuerte).
Las
consecuencias de ello han sido la interrupción del crecimiento económico, el
incremento del desempleo y en última instancia una recesión clásica. Con un
añadido nada desdeñable: dado el nivel de endeudamiento privado previamente
acumulado las políticas de estímulo chocan contra el proceso de
desapalancamiento y pierden su eficacia. Es decir, el dinero que llega a las
familias y empresas no se canaliza hacia la inversión o el consumo sino que se
desvía hacia el canal financiero que a su vez está envuelto en un proceso de
devolución de las deudas privadas y de devaluación del activo contable.
En definitiva,
el principal problema que enfrenta la economía española es que no tiene forma
de articular una estrategia de crecimiento económico, es decir, una estrategia
para garantizar que haya de forma generalizada espacios de rentabilidad
económica que incentiven la economía. Pero el segundo problema, inmediato, es
que incluso con financiación suficiente las políticas de estímulo enfrentarían
la realidad institucional de las deudas privadas y la absorción de todo el
flujo por parte del sistema financiero.
La estrategia económica de la troika
La troika y los Gobiernos de la periferia europea han
asumido esta realidad y buscan pilotar un escenario de cambio de modelo de
crecimiento que, por otra parte, requiere asimismo un cambio en el modelo de
sociedad. El modelo de crecimiento al que aspiran es uno donde los nuevos
espacios de rentabilidad económica se encuentren gracias a una reducción de los
costes laborales, y para ello han diseñado políticas de devaluación interna
(especialmente salarial). El objetivo no es otro que alcanzar la competitividad
vía precio, para lo cual es necesario desprenderse de todos los obstáculos
(sindicatos, impuestos producción, cotizaciones sociales, etc.) que mantendrían
los precios rígidos.
Los problemas económicos asociados a esta estrategia
son innumerables, desde el debilitamiento de la demanda interna que supone –y
la consecuente prolongación de la crisis- hasta el acto de fe que significa el
hecho de aspirar a competir contra países con una tradición más larga en bajos
salarios. Pero la táctica para intentar conseguirlo es bastante evidente. Al
señalar como prioritario el salvamento del sistema financiero, éste capta la
mayor parte de los recursos económicos de forma tanto directa (los famosos
rescates bancarios) como indirecta (el efecto del desapalancamiento permite que
la poca actividad económica que existe se traduzca en ingresos para las
entidades financieras).
Mientras los instrumentos de política monetaria estén
en manos del Banco Central Europeo, el único margen de política económica
reside en la política fiscal. Pero en el marco de la Unión Europea éste resulta
ser muy reducido, pues la libertad de movimiento de capitales conduce a una
competencia fiscal entre países y con terceros países (paraísos fiscales) que
presiona a la baja la imposición fiscal. Así las cosas, los cambios sustantivos
en el régimen fiscal habrían de conllevar necesariamente la ruptura con las
instituciones europeas actuales.
Entonces la estrategia de la troika es consecuente con
la realidad económica de un país no competitivo y para el que no se desea una
modernización industrial (por el papel de competidor directo que supondría
frente a las economías que pilotan la Unión Europea). Es un cambio en el modelo
económico que se da en un entorno de globalización económica y financiera que
da la razón a los clásicos en lo que se refiere al empobrecimiento salarial y
la vigencia del ejército industrial de reserva mundial. Pero todo ello impone
la constitución de un modelo de sociedad funcional que, en términos prácticos,
es una regresión social absoluta.
El juego de posibilidades
Dicho todo lo cual asumimos que los problemas reales
de la economía española tienen que ver con la estructura del sistema productivo
y el rol en la distribución internacional del trabajo, concretamente en el
marco de la Unión Europea. Por esa razón cobra especial importancia el papel de
la moneda única, el euro, que implantada a comienzos de la década pasada ha
sido señalada por algunos autores como el elemento clave del estallido de la
crisis. Sin embargo, parece haber una mayoría de economistas que desconfían de
los efectos beneficiosos que tendría salir de euro y apuestan en su lugar por
una política alternativa en el seno de la Unión Europea y concretamente de la
zona euro. A partir de las premisas antes descritas son tres opciones las que
se abren ante nosotros.
La primera, que un hipotético acuerdo europeo permita
resolver los desequilibrios estructurales de la Unión Europea y de la zona
euro, lo que requeriría unas transferencias importantes de recursos desde el
centro hacia el sur y una reformulación del sistema de financiación del
crecimiento. La configuración de los presupuestos tendrían como objetivo
financiar políticas de estímulo y de transformación de los distintos modelos
productivos.
La segunda, que los países de la periferia acepten una
devaluación interna, fundamentalmente salarial, que les permita competir
internacionalmente vía precio.
La tercera, que la zona euro implosione y la
recuperación de la soberanía monetaria permita optar bien por una devaluación monetaria,
bien por una reestructuración productiva financiada por el banco central o bien
por ambas. En estos casos los presupuestos enfrentarían el problema de cómo
transformar unas economías con déficits exteriores por otras que no podrían
asumirlos al carecer, muy probablemente, de acceso a los mercados financieros
internacionales. Es decir, estaríamos hablando también políticas de ajuste pero
de otra naturaleza.
De forma transversal a estas opciones se puede
presentar la inflación como funcional al proceso de desapalancamiento
financiero, o incluso alternativamente un proceso generalizado de
reestructuración de deuda. En la actualidad estos casos supondrían una
convulsión en el sistema financiero europeo, lo que ha permitido que sean dos
líneas rojas que la troika no desea traspasar.
En todo caso, la primera opción no parece probable
dado el contexto sociopolítico actual, donde la visión generalizada
responsabiliza de la crisis a los países de la periferia. La segunda opción es
una vía técnicamente complicada –y políticamente indeseable para las
aspiraciones socialistas- en tanto que ninguna sociedad puede tolerar
transformaciones tan agresivas en tan poco tiempo, pero es también
económicamente errónea porque en la actualidad España no tiene una estructura
exportadora con problemas (sólo el 3% de las empresas son exportadoras, pero no
han perdido apenas cuota de mercado en las últimas décadas). La tercera opción
conlleva enormes costes sociales y económicos y, en todo caso, plantea
inmediatamente un nuevo problema.
Ese problema no es otro que saber si es factible reproducir
el ciclo del capital en una economía como la española y en un contexto de
competencia mundial y de globalización financiera. Salir del euro, o de la
Unión Europea, ha de ir parejo al establecimiento de controles a los
movimientos de capitales y otras medidas de proteccionismo clásico si desean
mantenerse las conquistas sociales. Ello no ignora la posibilidad de articular
nuevos espacios supranacionales de alianzas económicas con países con
estructura productiva similar o con intereses económicos coincidentes. Pero
incluso más allá de todo ello queda preguntarnos qué motivará en ese diseño la
actividad económica, si será la rentabilidad (iniciativa privada) o será algún
criterio social y ecológico (iniciativa pública).
En definitiva, la cuestión clave no estaría en los
elementos monetarios o presupuestarios per
ser, sino en cómo puede una economía como la española encontrar su lugar en
el sistema capitalista mundial. Es decir, qué tipo de modelo productivo debe
construir y cómo lograr que dicho modelo sirva a los intereses de la sociedad y
no necesariamente de la rentabilidad. Y, sin duda, la salida del euro puede ser
una herramienta útil o incluso la única para lograrlo, al menos actualmente -a
falta de una correlación de fuerzas favorable en el seno de los países del
centro de Europa. No obstante, no se trataría de una solución amable ni fácil
de gestionar política y socialmente.
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