lunes, 28 de enero de 2013

¿SON POSIBLES OTROS PRESUPUESTOS?



FORO DE DEBATE ECONÓMICO
FUNDACIÓN 1º DE MAYO

Ponencia de ALBERTO GARZÓN

La cuestión clave estaría en cómo puede una economía como la española encontrar su lugar en elsistema capitalista mundial. Es decir, qué tipo de modelo productivo debe construir y cómo lograrque dicho modelo sirva a los intereses de la sociedad y no necesariamente de la rentabilidad. Y, sin duda, la salida del euro puede ser una herramienta útil o incluso la única para lograrlo, al menos actualmente -a falta de una correlación de fuerzas favorable en el seno de los países del centro de Europa.

La respuesta al interrogante que abre esta nota tiene dos vertientes fundamentales. Una es de carácter técnico y se correspondería con la posibilidad específicamente económica de poder articular una relación de ingresos y gastos fiscales que no conllevase la asunción de políticas de recortes en el gasto público. La segunda es de carácter esencialmente político, puesto que la simple capacidad técnica no tiene por qué derivar en su viabilidad política, esto es, no tienen por qué darse las condiciones que aseguren la puesta en marcha de las alternativas técnicas. No obstante, esta nota pretende centrarse casi de forma exclusiva en la primera de las vertientes, si bien asumiendo que las posibilidades técnicas no se dan en el vacío sino en un determinado marco institucional y en un contexto histórico concreto.

De hecho, los Presupuestos Generales del Estado que entran en vigor en 2013 se caracterizan por estar insertos en un entramado institucional muy determinado –el que se ha diseñado en la Unión Europea y que restringe los márgenes de política económica-, y en un contexto de recesión económica que en el caso de España tiene una singularidad propia, especialmente por el duro proceso de desapalancamiento financiero para los agentes privados. Ambas cuestiones determinan las limitaciones técnicas y han de ser el punto de referencia de las posibles estrategias económicas.

Nuestra hipótesis es que, precisamente a causa de esas limitaciones, dentro del contexto institucional actual no hay alternativa a las políticas de austeridad y recortes en el Gasto Público. Esto no quiere decir que no exista alternativa técnica, cuestión obvia con sólo observar las distintas tácticas económicas en países como EEUU o Japón, pero sí que el margen de maniobra es tan reducido que aceptando el marco institucional vigente la cuestión de la alternativa quedaría reducida a un cambio cuantitativo o de grado y no a un cambio cualitativo en la estrategia económica. Dicho de otra forma, sin cuestionar las instituciones dominantes la aspiración máxima que resta es gestionar de forma ligeramente diferente las políticas de austeridad que se imponen desde otras instancias distintas a los parlamentos nacionales.


Recesión económica y desapalancamiento financiero

Hay dos aspectos que a nuestro juicio requieren un análisis profundo. El primero, cómo es posible articular una relación de ingresos y gastos fiscales que puedan posibilitar algún tipo de políticas de estímulo económico. Y el segundo, cómo lograr que esas políticas de estímulo superen la barrera que impone la realidad del desapalancamiento financiero que están manteniendo los sujetos privados.

No podemos dejar de recordar que España entra en recesión como consecuencia del estallido de su burbuja inmobiliaria y de la ruptura del modelo de crecimiento económico que había permitido una creación de empleo extraordinaria en los últimos años. Al romperse dicho modelo de crecimiento, caracterizado por tener cada año mayores déficits comerciales y por la asunción de crecientes deudas contraídas en la esfera privada, la economía española pierde los espacios de rentabilidad que hasta ese momento incentivaban la inversión empresarial. O, dicho de una forma más clásica, la economía española se queda entonces sin capacidad para garantizar que el ciclo del capital pueda completarse. Lo que se deriva de todo ello es un reguero de deudas privadas y una estructura productiva no competitiva ni en sectores de alto valor añadido (por carencia de un peso industrial suficiente) ni en sectores de bajo valor añadido (por unos costes laborales relativamente altos y una moneda fuerte).

Las consecuencias de ello han sido la interrupción del crecimiento económico, el incremento del desempleo y en última instancia una recesión clásica. Con un añadido nada desdeñable: dado el nivel de endeudamiento privado previamente acumulado las políticas de estímulo chocan contra el proceso de desapalancamiento y pierden su eficacia. Es decir, el dinero que llega a las familias y empresas no se canaliza hacia la inversión o el consumo sino que se desvía hacia el canal financiero que a su vez está envuelto en un proceso de devolución de las deudas privadas y de devaluación del activo contable.

En definitiva, el principal problema que enfrenta la economía española es que no tiene forma de articular una estrategia de crecimiento económico, es decir, una estrategia para garantizar que haya de forma generalizada espacios de rentabilidad económica que incentiven la economía. Pero el segundo problema, inmediato, es que incluso con financiación suficiente las políticas de estímulo enfrentarían la realidad institucional de las deudas privadas y la absorción de todo el flujo por parte del sistema financiero.

La estrategia económica de la troika

La troika y los Gobiernos de la periferia europea han asumido esta realidad y buscan pilotar un escenario de cambio de modelo de crecimiento que, por otra parte, requiere asimismo un cambio en el modelo de sociedad. El modelo de crecimiento al que aspiran es uno donde los nuevos espacios de rentabilidad económica se encuentren gracias a una reducción de los costes laborales, y para ello han diseñado políticas de devaluación interna (especialmente salarial). El objetivo no es otro que alcanzar la competitividad vía precio, para lo cual es necesario desprenderse de todos los obstáculos (sindicatos, impuestos producción, cotizaciones sociales, etc.) que mantendrían los precios rígidos.

Los problemas económicos asociados a esta estrategia son innumerables, desde el debilitamiento de la demanda interna que supone –y la consecuente prolongación de la crisis- hasta el acto de fe que significa el hecho de aspirar a competir contra países con una tradición más larga en bajos salarios. Pero la táctica para intentar conseguirlo es bastante evidente. Al señalar como prioritario el salvamento del sistema financiero, éste capta la mayor parte de los recursos económicos de forma tanto directa (los famosos rescates bancarios) como indirecta (el efecto del desapalancamiento permite que la poca actividad económica que existe se traduzca en ingresos para las entidades financieras).

Mientras los instrumentos de política monetaria estén en manos del Banco Central Europeo, el único margen de política económica reside en la política fiscal. Pero en el marco de la Unión Europea éste resulta ser muy reducido, pues la libertad de movimiento de capitales conduce a una competencia fiscal entre países y con terceros países (paraísos fiscales) que presiona a la baja la imposición fiscal. Así las cosas, los cambios sustantivos en el régimen fiscal habrían de conllevar necesariamente la ruptura con las instituciones europeas actuales.

Entonces la estrategia de la troika es consecuente con la realidad económica de un país no competitivo y para el que no se desea una modernización industrial (por el papel de competidor directo que supondría frente a las economías que pilotan la Unión Europea). Es un cambio en el modelo económico que se da en un entorno de globalización económica y financiera que da la razón a los clásicos en lo que se refiere al empobrecimiento salarial y la vigencia del ejército industrial de reserva mundial. Pero todo ello impone la constitución de un modelo de sociedad funcional que, en términos prácticos, es una regresión social absoluta.

El juego de posibilidades

Dicho todo lo cual asumimos que los problemas reales de la economía española tienen que ver con la estructura del sistema productivo y el rol en la distribución internacional del trabajo, concretamente en el marco de la Unión Europea. Por esa razón cobra especial importancia el papel de la moneda única, el euro, que implantada a comienzos de la década pasada ha sido señalada por algunos autores como el elemento clave del estallido de la crisis. Sin embargo, parece haber una mayoría de economistas que desconfían de los efectos beneficiosos que tendría salir de euro y apuestan en su lugar por una política alternativa en el seno de la Unión Europea y concretamente de la zona euro. A partir de las premisas antes descritas son tres opciones las que se abren ante nosotros.

La primera, que un hipotético acuerdo europeo permita resolver los desequilibrios estructurales de la Unión Europea y de la zona euro, lo que requeriría unas transferencias importantes de recursos desde el centro hacia el sur y una reformulación del sistema de financiación del crecimiento. La configuración de los presupuestos tendrían como objetivo financiar políticas de estímulo y de transformación de los distintos modelos productivos.

La segunda, que los países de la periferia acepten una devaluación interna, fundamentalmente salarial, que les permita competir internacionalmente vía precio.

La tercera, que la zona euro implosione y la recuperación de la soberanía monetaria permita optar bien por una devaluación monetaria, bien por una reestructuración productiva financiada por el banco central o bien por ambas. En estos casos los presupuestos enfrentarían el problema de cómo transformar unas economías con déficits exteriores por otras que no podrían asumirlos al carecer, muy probablemente, de acceso a los mercados financieros internacionales. Es decir, estaríamos hablando también políticas de ajuste pero de otra naturaleza.

De forma transversal a estas opciones se puede presentar la inflación como funcional al proceso de desapalancamiento financiero, o incluso alternativamente un proceso generalizado de reestructuración de deuda. En la actualidad estos casos supondrían una convulsión en el sistema financiero europeo, lo que ha permitido que sean dos líneas rojas que la troika no desea traspasar.

En todo caso, la primera opción no parece probable dado el contexto sociopolítico actual, donde la visión generalizada responsabiliza de la crisis a los países de la periferia. La segunda opción es una vía técnicamente complicada –y políticamente indeseable para las aspiraciones socialistas- en tanto que ninguna sociedad puede tolerar transformaciones tan agresivas en tan poco tiempo, pero es también económicamente errónea porque en la actualidad España no tiene una estructura exportadora con problemas (sólo el 3% de las empresas son exportadoras, pero no han perdido apenas cuota de mercado en las últimas décadas). La tercera opción conlleva enormes costes sociales y económicos y, en todo caso, plantea inmediatamente un nuevo problema.

Ese problema no es otro que saber si es factible reproducir el ciclo del capital en una economía como la española y en un contexto de competencia mundial y de globalización financiera. Salir del euro, o de la Unión Europea, ha de ir parejo al establecimiento de controles a los movimientos de capitales y otras medidas de proteccionismo clásico si desean mantenerse las conquistas sociales. Ello no ignora la posibilidad de articular nuevos espacios supranacionales de alianzas económicas con países con estructura productiva similar o con intereses económicos coincidentes. Pero incluso más allá de todo ello queda preguntarnos qué motivará en ese diseño la actividad económica, si será la rentabilidad (iniciativa privada) o será algún criterio social y ecológico (iniciativa pública).

En definitiva, la cuestión clave no estaría en los elementos monetarios o presupuestarios per ser, sino en cómo puede una economía como la española encontrar su lugar en el sistema capitalista mundial. Es decir, qué tipo de modelo productivo debe construir y cómo lograr que dicho modelo sirva a los intereses de la sociedad y no necesariamente de la rentabilidad. Y, sin duda, la salida del euro puede ser una herramienta útil o incluso la única para lograrlo, al menos actualmente -a falta de una correlación de fuerzas favorable en el seno de los países del centro de Europa. No obstante, no se trataría de una solución amable ni fácil de gestionar política y socialmente.

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