En 1985 participé en una acción de protesta para intentar salvar las salinas de El Guincho situadas entre Los Cristianos y Las Américas. Vivía en Las Galletas donde daba clase en el CEIP Luis Álvarez Cruz. Todavía sentía el "fervor ecologista" debido a mi militancia en el Colectivo Ecologista Adijirja del Valle de Aridane (La Palma). Una semana después, las excavadoras pusieron fin al sueño de salvar a estas importantes salinas que tenían un gran valor para las aves marinas migratorias y para la actividad pesquera en la zona. Hoy en La Punta de El Cabezón las salinas han dado paso a una playa artificial y a un gran número de instalaciones alojativas turísticas. Confieso que en ese entonces el desencanto me llevó a dudar de la validez de las luchas de los colectivos ecologistas en sus esfuerzos quijotescos para frenar a los gigantescos molinos de la "industria turística" y la especulación urbanista.
Treinta y cinco años después, con la mitad del litoral de Tenerife modificado (o arrasado, según se mire) por las fuerzas del progreso, asistimos a otra batalla quijotesca por intentar salvar a una de las pocas playas relativamente vírgenes que nos queda en la isla: La Tejita.
Dos activistas se han subido a las grúas de una avanzada construcción de un hotel en la playa que según todos los indicios es ilegal pero que sigue adelante ante la inhibición o complicidad de las administraciones implicadas.
De nuevo, cierto fervor militante bombea mi sangre y me lleva a apoyar esta lucha con la confianza de que el final puede ser diferente al de las salinas de El Guincho. Mil manifestantes apoyaron ayer in situ a los activistas de las grúas y el Colectivo Salvar La Tejita sigue firme en su objetivo de paralizar definitivamente las obras contando con el apoyo de Podemos que ha llevado el tema tanto al Parlamento de Canarias como al Congreso de los Diputados. A veces, hay finales felices...
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