Artículo publicado en "Rebelión" para tomar nota...
Michael Paarleberg
The Guardian
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo |
El proceso para
convertir la población activa norteamericana en mano de obra desechable
continúa a buen ritmo, según el informe publicado esta semana por la
Oficina de Estadísticas Laborales (BLS, por sus siglas en inglés) de
Estados Unidos. La afiliación sindical se encuentra en su punto más bajo
de casi un siglo, apenas el 11,3 por ciento del total de trabajadores,
el mismo nivel que tenía en 1916. Para situar este dato en una
perspectiva histórica adecuada, los miembros de un sindicato son hoy día
tan escasos como en la época en que serlo podía significar caer muerto a
balazos en un campo minero asesinado por la guardia nacional de
Colorado 1.
Esto no quiere decir que exista un
clamor popular para que vuelvan los días felices en que ardían las
fábricas textiles o los mataderos eran fuente de tuberculosis, ni que
los trabajadores se manifiesten para que los patrones les retiren sus
pensi ones y las pausas para ir al baño. Las encuestas muestran que la
gente desearía tener más peso, y no menos, a la hora de tomar las
decisiones sobre sus condiciones laborales, y que muchos trabajadores no
afiliados a ningún sindicato se afiliarían si surgiera la oportunidad
de hacerlo. Sin embargo, la mayor parte no suele tener esa oportunidad,
bien por intimidación abierta o bien por la evolución actual de grandes
parcelas de la economía hacia empleos temporales, con dedicación
parcial, mal pagados y sin derecho a prestaciones.
La decadencia
de la actividad sindical no es nada nuevo; en Estados Unidos comenzó a
mitad de la década de los cincuenta y se aceleró a partir de los
setenta. Lo que resulta novedoso este año son las causas: mientras que,
desde hace tiempo, la pérdida de afiliación sindical se relaciona con
la desindustrialización, ahora se concentra en los trabajadores de la
administración pública, el último bastión del sindicalismo organizado.
Hace décadas, cuando comenzaron los cierres de fábricas, muchos
sindicatos se pasaron al sector público, en torno a lo que se
consideraban trabajos estables: profesores, bomberos, policías, y
trabajadores de la sanidad y los cuidados infantiles.
Luego
llegó la recesión y una nueva oleada de gobernadores republicanos que
aprovecharon la situación para castigar a sus oponentes políticos. Uno
de los mayores deterioros sindicales se produjo en Wisconsin, donde el
gobernador Scott Walker despojó a la mayor parte de los funcionarios de
su derecho a la negociación (excluyendo curiosamente a los sindicatos
que le habían apoyado).
Pero si el mercado laboral está
adaptándose a la realidad de un país sin presencia sindical, el
activismo obrero está haciendo lo propio. El último año, dos de las
acciones sindicales más notorias en Estados Unidos (un día de huelgas
"relámpago" en los restaurantes de comida rápida de Nueva York y en los
almacenes Walmart de toda la nación) fueron coordinadas por grupos que
no forman parte de los sindicatos tradicionales, las Comunidades para el
Cambio de Nueva York y OUR Walmart, aunque ambos recibieron apoyo
sindical. Y ninguna de las dos huelgas tuvo como objetivo un
reconocimiento formal como sindicatos.
En aquellos sectores
donde los sindicatos no habían conseguido organizarse a causa de su
naturaleza contingente o informal, se han creado redes de nuevos centros
de trabajadores (entre las que se encuentran los Restaurant
Opportunities Centers, Retail Action Project, National Day Laborer
Organizing Network y National Domestic Workers Alliance). Y sus triunfos
(al desvelar infracciones contra la salud y la seguridad en el trabajo,
conseguir el pago de aumentos y salarios atrasados y liberarse de
algunas prácticas cercanas a la esclavitud doméstica) se han conseguido
principalmente fuera del ámbito del ente que gobierna los sindicatos, el
National Labor Relations Board (consejo nacional de relaciones
laborales).
Una semana antes de que el BLS publicara su
aleccionador informe, Chicago aprobó una nueva ley que impone sanciones
muy estrictas a las empresas que no paguen a los trabajadores sus
salarios debidos. Se trata de una práctica ilegal que suele tomarse a la
ligera, y es tremendamente habitual en muchos sectores; se utiliza para
forzar a los empleados a trabajar fuera de horario, evitando el pago de
horas extras o simplemente para no tener que pagar al personal por el
trabajo realizado.
Yo trabajo como voluntario en una asesoría
legal para trabajadores de ingresos reducidos llamada DC Employment
Justice Center. La mayor parte de los casos que he visto en el último
decenio estaba relacionada con alguna forma de sustracción salarial
perpetrada contra trabajadores de la construcción, limpiadores, personal
doméstico y de cocina de restaurantes, la mayoría procedentes de
América Central.
En una ocasión, el carpintero con quien me
entrevistaba había sido contratado para instalar paneles de escayola en
una obra, tarea por la cual se le pagaría una cantidad global a término.
Pero cuando finalizó el trabajo, el constructor no se presentó para
pagarle. "Bueno, -me dijo- mis amigos ya me advirtieron de que no trabajara para ese tipo porque nunca paga". "¿Quieres decir que se le conoce por pagar sueldos bajos?" –le pregunté. "No, -contestó riendo- quiero decir que no paga a sus empleados en absoluto. Nunca".
La
ley de Chicago se aprobó con el apoyo de los sindicatos, pero a la
vanguardia de la lucha estaba otro grupo no tradicional de trabajadores
llamado Arise Chicago (En pie, Chicago), formado por una red
multiconfesional de líderes religiosos. En los últimos años se han
conseguido otras victorias, la mayor parte de las veces mediante juicios
y la aprobación de legislación de ámbito estatal y municipal: pago de
las bajas por enfermedad, horas extras e indemnizaciones por
discapacidad, además de obligar a las ciudades a presupuestar fondos
apropiados para que se cumplan los convenios salariales y la
reglamentación de salud y seguridad en el trabajo.
Estas
victorias son importantes y se traducen en empleos más seguros y más
comida en la mesa para los trabajadores. Pero es importante no perder de
vista lo que se ha perdido: una institución de participación colectiva y
una manera de reglamentar que los trabajadores se sienten con los
empresarios en igualdad de condiciones y decidan las bases de lo que
tendrán que hacer durante ocho o más horas al día. La desaparición de
dicha institución y la ruptura del equilibrio de poder entre ambas
partes crean las condiciones apropiadas (desde discriminación y
accidentes laborales hasta robo descarado) contra las que combaten estos
nuevos movimientos de trabajadores.
El abogado laboralista Tom
Geoghegan observó en una ocasión que los muy desacreditados abogados de
tribunales prosperan cuando se quiebra el imperio de la ley y cuando el
Estado les traspasa sus responsabilidades reguladoras en aras de la
austeridad. Si despides a los inspectores de la carne tendrás en su
lugar a soplones y abogados.
Hoy en día, los trabajadores siguen
buscando un trato justo. Pero ahora tienen que reclamarlo en los
tribunales y en los ayuntamientos, cuando antes podían luchar por ello
en la mesa de negociaciones.
Fuente: http://www.guardian.co.uk/
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