"Sin nada que esconder" un video de nuestra federación de industria de principios del 2012
Hace algo más de tres años, varios profesores universitarios publicaron un artículo en El País con este título. Salían al paso de una campaña de deslegitimación y desprestigio que la derecha mediática y política estaba llevando a cabo con bastante ahínco por esas fechas. Desde entonces, dicha campaña no ha tenido tregua aunque parece intensificarse en los últimos tiempos con el escándalo de los EREs y con todo el aparato del estado que parece tener el objetivo de estar buscando por todos lados bocados que morder para poner en jaque a las organizaciones sindicales y, más concretamente, a las más representativas: CCOO y UGT.
La defensa ante este acoso no debe basarse en un enrocamiento en posiciones numantinas y acríticas, sin analizar los errores cometidos y sin asumir posibles delitos que hayamos podido cometer.
Pero esos errores no nos deben llevar a escondernos o a renunciar a lo que debe seguir siendo nuestra razón de ser: la defensa de los intereses de los trabajadores/as y de los valores democráticos que caracterizan al estado social y de derecho frente a quienes quieren acabar con todo y volver a los privilegios de los amos que todo lo tienen y todo lo quieren.
Les invito a leer el mencionado artículo porque sigue estando de total actualidad.
En defensa del sindicalismo
La derecha impulsa una sistemática campaña de desprestigio basada en tópicos, no en hechos
Como analistas universitarios en el ámbito de la Sociología del
Trabajo y de las Relaciones Laborales, asistimos con preocupación a una
campaña sistemática de deslegi-timación del sindicalismo por parte de
una derecha política y mediática que, si hasta hace poco impugnaba su
estrategia dialogante y negociadora, tildándola de pactista y
domesticada, ahora eleva el tono contra sus convocatorias
reivindicativas y movilizadoras.
No se trata, lamentablemente, de reflexiones o propuestas sobre los
efectos de la crisis económica y el cambio ocupacional en el mercado de
trabajo, las relaciones laborales y los agentes que participan en las
mismas; ni de una evaluación crítica de sus resultados, identificación
de sus límites y elaboración de alternativas; sino de un discurso
descalificador que, más allá de su sesgo ideológico y formas desabridas,
apunta contra las bases mismas de la legitimidad constitucional de los
sindicatos y sus funciones de regulación y defensa de los asalariados,
en el marco de unas relaciones laborales asimétricas.
La combinación de viejos resabios reaccionarios con el doctrinarismo neocon
genera una imagen distorsionada del sindicalismo real, caricaturizado
como anacrónico, disfuncional, no representativo y muy alejado de sus
homónimos europeos. Se trata de justificar así iniciativas y prácticas
orientadas a reducir derechos y ampliar desigualdades sociales
La realidad del moderno sindicalismo es, sin embargo, mucho más
compleja y su análisis riguroso nos permite constatar tanto sus
dificultades para la agregación e intermediación de intereses de una
clase trabajadora cada vez más fragmentada y plural, como el importante
proceso de renovación de sus estructuras, estrategias y programas de
intervención que la mayoría de las instituciones europeas, e incluso de
los empresarios, valoran positivamente.
A nivel europeo, sus casi 60 millones de afiliados, hacen del
sindical el mayor movimiento organizado de la UE-27, cuyo protagonismo
en la construcción y defensa del modelo social ha sido y sigue siendo
decisivo, como reconocen todas las instancias comunitarias.
Según los últimos informes oficiales de la Comisión Europea, la tasa
media de afiliación sindical es del 25,1%, porcentaje que se dobla a
través de la representación electoral en los centros de trabajo y
triplica por la cobertura de la negociación colectiva.
Cabe destacar, a este respecto, la existencia de una significativa
correlación positiva entre los niveles de sindicalización y los de
competitividad económica y cohesión social, como demuestra el caso de
los países escandinavos, cuyo alto nivel de desarrollo tecnológico y productivo
se corresponde con tasas de afiliación superiores al 70% y una
participación sindical consolidada, tanto a nivel empresarial como
institucional. Y es que, definitivamente, un sindicalismo fuerte no
resta, suma.
Pese a su tardío reconocimiento legal (artículo 7 de la Constitución
de 1978), el sindicalismo español ha realizado importantes aportaciones
al desarrollo democrático, socioeconómico e institucional de nuestro
país, habiendo experimentado en las dos últimas décadas una notable
expansión cuantitativa y renovación cualitativa, con la consiguiente
convergencia con los principales indicadores comunitarios en la materia:
desde 1990 ha duplicado el número de afiliados, hasta superar
ampliamente los tres millones de adscritos, lo que supone una tasa media
del 19,9%, según la última encuesta del Ministerio de Trabajo.
Esta importante presencia afiliativa se complementa con la audiencia
electoral que, según el marco legal regulador de las relaciones
laborales en nuestro país, confiere a las elecciones sindicales en los
centros de trabajo, la función de determinar la interlocución de los
trabajadores y legitimar la representatividad de los sindicatos.
En la actualidad son alrededor de 340.000 los delegados elegidos en
las empresas, representando directamente al 52,8% del total de la
población asalariada (lo que equivale a más de ocho millones de
personas), e indirectamente al conjunto de los trabajadores, conforme al
procedimiento legal de irradiación electoral.
Así pues, la intervención del sindicalismo español acredita una legitimidad de origen
incuestionablemente democrática, por cuanto son las elecciones las que
determinan la representación legal de los trabajadores tanto en las
empresas (para la regulación y seguimiento de las relaciones laborales
en dicho ámbito), como a nivel sectorial (negociación colectiva) e
institucional (diálogo social), lo que amplía considerablemente el área
de influencia sindical.
En nuestro país la negociación colectiva es de eficacia erga omnes,
lo que implica que la práctica totalidad de los trabajadores tiene
reguladas sus condiciones laborales básicas por convenios negociados por
los sindicatos representativos, lo que exige, entre otras cosas, una
considerable inversión de recursos económicos y humanos: tales como los
26.000 expertos sindicales que intervienen anualmente en la negociación
colectiva, los más de 100.000 delegados de salud laboral que se ocupan
de la seguridad y prevención de riesgos en las empresas, los 340.000
delegados que asumen la interlocución y defensa cotidiana de los
trabajadores dentro y fuera de sus centros, lo que refuerza la legitimidad de ejercicio de la función sindical.
Conviene precisar a este respecto, como réplica a la demagogia antisindical sobre los mal llamados liberados, que según la Encuesta Europea a Empresas
de 2009, los recursos de representación a que tienen acceso los
delegados sindicales españoles son muy inferiores a los de sus homólogos
europeos, tanto en formación ad hoc como en la cantidad y
calidad de la información que reciben de sus empresas y, especialmente,
en el tiempo disponible para el ejercicio de sus funciones
representativas que, en el caso español, es cuatro veces inferior a la
media europea.
Consideramos pues que, más allá de insuficiencias concretas y
posibles errores, el sindicalismo merece el reconocimiento general por
su gestión cotidiana en defensa de los trabajadores y por su
contribución institucional a la modernización de nuestras relaciones
laborales, especialmente ahora cuando los estragos de la crisis hacen
más necesaria que nunca su intervención para la agregación y
representación de intereses, la gestión del conflicto y la recuperación
del diálogo social, hasta el punto de que si no existieran, habría que
inventarlos.
Firman este artículo Pere J. Beney-to, Ramón Alós y Juan José Castillo, profesores de las Universidades de Barcelona, Valencia y Madrid. Lo suscriben también, Carlos Prieto (UCM), Enric Sanchis (UV), Pere Jódar (UPF) y Antonio Martín, Fausto Miguélez, Albert Recio y Teresa Torns (UAB).
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