Mucha gente siente la necesidad de buscar la "santidad", la "espiritualidad", la "realización personal", ..., o como se quiera llamar.
Para ello prueban toda clase de métodos, lecturas, ejercícios, fórmulas... Se esfuerzan, pero, por lo general, esos esfuerzos son inútiles. Sus esfuerzos no les lleva a ninguna parte, no produce crecimiento, ni cambio. A lo más, conduce a la represión y a encubrir el verdadero mal.
La santidad no es un logro, es una gracia llamada consciencia, visión, observación, comprensión... Esta consciencia no emite juicios y es la única capaz de sanarte, de cambiarte y hacerte crecer. Pero lo hace a su manera y a su tiempo.
¿De qué debes ser consciente concretamente? De tus reacciones y de tus relaciones. Se trata de estudiar tus reacciones cada vez que estás en presencia de una persona. Cuáles son exactamente, de dónde provienen,..., hacerlo sin culpabilización de ningún tipo, incluso sin deseo alguno y sobre todo, en tratar de cambiarlas. Eso es todo lo que hace falta para que brote la santidad.
Pero ¿no constituye la consciencia en sí misma un esfuerzo? No, si la has percibido alguna vez porque entonces comprenderás que la consciencia es un placer. Incluso cuando te hace descubrir en ti cosas desagradables, siempre ocasiona liberación y gozo. Y entonces sabrás que la vida inconsciente no merece ser vivida, porque está excesivamente llena de oscuridad y de dolor.
Por eso, la consciencia es una actividad fácil que da lugar a la santidad de una manera espontánea sin que te de el conocimiento de que se da en ti.
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