En mi niñez eran frecuentes los relatos de mi madre relativos al volcán de San Juan (1949) cuando ella tenía 13 años. No eran relatos relacionados con un espectáculo de la naturaleza o algo así. Ella lo que básicamente expresaba era el miedo que sintió antes y durante la erupción y el dolor por aquellas personas que perdieron sus propiedades sepultadas por las coladas de lava. Un pajero que tenían mis abuelos cerca del cementerio de El Paso que llamaban La Crisanta sirvió durante un tiempo para acoger a una familia de Las Manchas que había perdido su casa.
Casi con la misma edad de mi madre me tocó vivir la experiencia de ver y sentir un volcán. Me refiero al volcán de Teneguía (1971) que se formó en un lugar más alejado que el de San Juan, en el municipio de Fuencaliente. Antes de la erupción viví en carne propia los temblores de tierra, especialmente uno en el que estaba en clase en el Instituto Eusebio Barreto de Los Llanos de Aridane en el que durante unos segundos el edificio se movió de una manera que todavía recuerdo con inquietud. Mi madre recordaba otra vez con temor el volcán de 1949 hasta que se cumplieron sus presagios y estalló el volcán en Fuencaliente en una zona despoblada y cercana al mar que provocó pocos daños materiales, aunque si hubo un fallecido en el mar, creo que por la inhalación de los gases de la lava en contacto con el agua. El volcán se transformó en un espectáculo que durante más de 20 días atrajo a multitud de visitantes. Yo fui una noche y la verdad es que es un espectáculo inolvidable. En esta época encontré un libro de mi padre sobre el volcán de San Juan "La erupción del Nambroque" de los ingenieros José Romero y Juan Mª Bonelli que fue lo primero que leí sobre vulcanología (el libro lamentablemente se me ha perdido, aunque he encontrado una versión digital).
Recorrí por primera vez la ruta de los volcanes de La Cumbre Vieja de La Palma en una excursión que organizó el grupo ecologista Adijirja en 1983. Desde entonces he recorrido este mágico lugar varias veces. En una caminata guiada que organizó el ayuntamiento de El Paso en 2013 (los guías eran Jorge Pais y Carlos Cecilio Rguez) desde las cabañas de El Refugio de El Pilar hasta San Blas (Las Manchas) pasamos por las cercanías de la actual erupción en Cabeza de Vaca. En fin, que como todo canario, los volcanes siempre han estado presente en mi vida. En Costa Rica tuve la ocasión de percibir como los volcanes activos formaban parte del paisaje y apenas despertaban inquietud en la población. El volcán Arenal estaba muy próximo a varios pueblos y dormí casi en sus faldas. Otro volcán activo que visité y que hace poco ha entrado en erupción es el Rincón de la Vieja.
Sin embargo, el nuevo volcán de La Palma me ha trasladado de nuevo a los relatos de mi madre para dejar de lado la parte de espectáculo o de "devoción a la naturaleza" que tiene una erupción volcánica y sentir el temor que provoca un fenómeno natural de esta magnitud y el dolor de las personas afectadas que viven en una zona donde nací y donde se encuentra la casa de la familia. Un núcleo urbano como el de Todoque está siendo arrasado en estos momentos por la lava y el barrio donde nació mi abuela materna, Tacande, ha sido evacuado por la proximidad de la nueva boca que se abrió anoche. Las casas que pueden desaparecer pueden estar en torno al millar, sin contar que todavía se pueden abrir nuevas bocas. La zona platanera más rica de la isla ha quedado incomunicada y no se sabe cuanto va a durar esto. Solo cabe felicitarnos porque aún no hay ninguna víctima humana.
Ahora, es el momento de la solidaridad y el apoyo institucional y ciudadano a La Palma. Espero que sepamos estar a la altura de las circunstancias.