En abril de 1974 aún no había cumplido 18 años y ya llevaba unos meses estudiando en la Universidad de La Laguna. Aunque no militaba aún en el Partido Comunista ni en ninguna organización clandestina, tenía ya unas claras convicciones antifranquistas y me estaba reponiendo de la enorme decepción que supuso para los antifascistas el golpe de estado en Chile del 11 de septiembre del año anterior.
El 25 de abril se produjo la revolución de los claveles en Portugal y con la llegada de las noticias que daban cuenta de su triunfo de una manera casi incruenta y gozosa empecé a vislumbrar que en España pronto podría pasar lo mismo. En la Universidad, a pesar de los recientes golpes al movimiento estudiantil antifranquista que llevaron a la cárcel o a la huida a muchos de sus dirigentes, se empezó a vivir de nuevo una creciente actividad clandestina que también se desarrollaba abiertamente en asambleas estudiantiles masivas como la que aún recuerdo se celebró en una de las mayores aulas de la facultad de Filosofía y Letras. Allí conocí a Ana Hernández que para mi asombro hablaba sin ningún miedo en contra de la dictadura franquista y que aún hoy se mantiene en activo como activista del movimiento feminista. También recuerdo la voz potente de alguien que muchos años después sería consejero del Gobierno de Canarias llamando a "portugalizar nuestra situación".
Las esperanzas juveniles de que una revolución como la portuguesa en muy poco tiempo le diera la vuelta a casi 50 años de fascismo salazarista y de que se extendiera al resto de la península ibérica, pronto se vieron truncadas por una contrarrevolución tutelada por la CIA que llevó al país vecino al sendero de las democracias liberales europeas y que en España ni siquiera dio lugar a una ruptura con la dictadura como la portuguesa sino a una transición pactada entre una parte de las estructuras franquistas y la llamada oposición democrática.
Las ansias de libertad y democracia de aquellos años se vieron en parte satisfechas con el tránsito a la democracia formal pero hay algo dentro de mí que aún me dice "no era esto, no era esto,...". Cuarenta y ocho años después de aquellas imágenes de fusiles con claveles percibo un creciente desencanto con lo que ahora tenemos que puede tener diversas válvulas de escape y que por lo sucedido ayer en Francia con una candidata de extrema derecha que ha obtenido más de un 40% de apoyo del electorado, puede llevarnos otra vez al autoritarismo fascista en versión siglo XXI.
Espero que se pueda evitar lo anterior conectando con la esencia de una revolución de los claveles que pudo sacar a Portugal de sus guerras coloniales y que intentó explorar el significado verdadero del poder popular.